La
palabra discurso (del latín discurrere, correr en todos los
sentidos) tiene dos acepciones. Según una, significa la facultad del
entendimiento, por medio de la cual se infieren unas cosas de otras. Por otra
parte, la palabra discurso significa también la serie de palabras o frases que se
emplean para manifestar lo que se piensa o siente.
El discurso es, sin duda, el género más
acabado de la comunicación oral. Es importante por su duración, por la ocasión
y por el tema, y porque está además destinado a ejercer una especial influencia
sobre las decisiones de un auditorio. Aunque hay conferencias que se
pronuncian, se ha querido ver la diferencia entre éstas y el discurso
precisamente en que aquéllas por su calidad científica, artística, etc.,
generalmente son leídas.
El
discurso es un instrumento que se usa para comunicar nuestros conocimientos,
Sentimientos o convicciones a otros.
• EL ORADOR Y SUS CUALIDADES
Los
problemas del orador son distintos a los del escritor, a pesar de que ambos
emplean símbolos verbales. La fuerza del escritor depende más de la sintaxis.
El mismo orden con que construye la frase sugiere el tono, las pausas, el
énfasis. El orador, en cambio, sube a la tribuna con toda su personalidad y con
cada uno de sus gestos posibles para reforzar sus palabras o ideas.
Dejemos
que sea nada menos que André Maurois quien desenvuelva estas diferencias
esenciales: “el orador y el escritor buscan uno y otro exponer y persuadir.
Pero sus métodos son diferentes e incluso opuestos. El escritor se dirige a un
lector que puede estudiar un texto a su elección y volver al mismo si ha
comprendido mal en la primera lección, pesar cada palabra y cada frase. El
orador debe convencer a un auditorio que no retendrá lo que él no haya
comprendido en el momento mismo en que el discurso ha sido pronunciado. De lo
que resulta que el escritor tiene el derecho de ser difícil, e incluso oscuro,
mientras que el orador tiene el deber de ser siempre simple y claro”.
De
todo ello se infiere que el éxito de la comunicación oral a través del discurso
dependerá siempre de la combinación de unos factores que han de estar presentes
en el orador, entre los que pueden destacarse los siguientes:
Integridad
La práctica
oratoria ejercida por una persona cuyo comportamiento habitual no resulte digno
de confianza, puede desarrollar sus facultades, pero no puede hacerla eficaz,
entre otras razones, porque sus acciones desmentirán sus palabras. Una
comunicación resultará fallida cuando las intenciones del emisor son oscuras y
los receptores intuyen que hay en el mensaje propósitos ocultos. El que habla
no dice realmente lo que piensa; su decir y su hacer corren por líneas
divergentes y su palabra es utilizada como instrumento para que los que
escuchan realicen, en cierto modo, lo que interesa a él, que puede ser distinto
de lo que conviene a quienes lo escuchan.
Conocimiento
Adquirir
los conocimientos necesarios para llegar a ser un buen orador es tarea de toda
una vida. La cultura general da al orador un vocabulario variado y le asegurará
un doble beneficio: de una parte, cualquier cosa que él diga la dirá mejor y
más congruentemente, y por otra parte, cuanto más extensa y alta sea su cultura
más podrá conmover a auditorios elevados. Con el don natural de la palabra se
puede impresionar a espíritus simples; no ejercerá ninguna acción sobre los
espíritus cultos más que siendo uno de ellos, que dando a las palabras el
sentido, el lugar, la graduación, el contenido, que les dan las gentes
cultivadas.
Confianza
No merece
confianza el que no sabe inspirarla. Un modo de hablar reservado, cauto, como
si se escondiera algo, constituye en realidad una barrera comunicativa que
ninguna técnica de expresión, por rebuscada y completa que sea, puede del todo
franquear. En cambio, el orador que tiene plena confianza en sí mismo se
mantiene erguido, pero cómodo, con gestos despejados y naturales, conserva
siempre el contacto visual directo con los oyentes y habla con voz enérgica y clara.
Por otra parte, la misma confianza le permite adaptar con facilidad su
información y argumentos al nivel de comprensión y la actitud de su auditorio.
Destreza
Facilidad
de palabra, control de la voz y coordinación de los movimientos corporales, son
los atributos esenciales del orador experto. Esta condición de destreza en el
arte de emitir la palabra, junto con otras cualidades que ya hemos examinado, realza
la eficacia del orador y le permiten comunicar sus ideas en forma clara y
activa.
•
TIPOS DE DISCURSO
Discurso leído
Este
discurso se redacta por escrito, pero el orador lo pronuncia leyendo el texto
directamente. El método tiene sus ventajas, pero sólo cuando se trate de
discursos que deban pronunciarse en ocasiones especiales, o sea, cuando un
desliz verbal pueda ocasionar consecuencias desagradables, cuando se requiera
una expresión muy exacta y concisa, o cuando deban ajustarse a límites
prefijados de tiempo, como ocurre con la radio y la televisión. Los
inconvenientes son mayores, porque aun en los casos en que se lean con mucha
eficacia, siempre en un discurso leído se sacrificará una parte del vigor y de
la espontaneidad que son esenciales en la comunicación oral. Lo primero que
pierde el “lector” de un discurso es el magnetismo de la mirada, que constituye
como es sabido, un medio de expresión a menudo importantísimo. Pero acaso la
mayor desventaja consiste en que el lector toma un tono de voz totalmente
distinto del tono de conversación o charla directa, perdiéndose cambios de
inflexión que se traducen en monotonía. En definitiva, se pierde vivacidad,
comunicación, contacto directo y sólo es aconsejable este tipo de discursos en
las circunstancias especiales a que nos hemos referido.
Pueden señalársele entre sus muchos inconvenientes, el uso
de un lenguaje fácilmente artificial, sintaxis complicada y como en el anterior, poca variedad en la inflexión
de la voz. En realidad equivale a leer un discurso escrito en la mente, en vez
de leerlo del papel. Aparte de los riesgos que entraña el fallo de la memoria, pues
el sólo cambio de una palabra puede romper la secuencia de las asociaciones,
cuando se recita un discurso no hay lugar a tomar en consideración ciertas
circunstancias o reacciones inesperadas del público y si hace falta cambiar
algo o se produce una interrupción, se pierde con toda probabilidad el “hilo del
discurso”, hasta el punto de que será muy difícil volverlo a coger.
Discurso improvisado
Aclaremos
primero que improvisar no es repentizar. Por improvisar hemos de entender el
arte y la técnica de decir con palabras no previstas conceptos e ideas ya previstos.
El orador debe saber de antemano las ideas que va a expresar, pero confía su
formulación concreta a la inspiración del momento. Se dicen palabras que no
estaban previstas, pero sobre conceptos que ya estaban muy claros en la mente
del que improvisa.
La improvisación consiste en realidad en algo que hacemos todos los
días sin darnos cuenta, es decir, explicar o exponer un hecho o una idea
cualquiera que conozcamos bien y vestirlo con las palabras de nuestro léxico
habitual.
Lo que hace difícil la improvisación es la dificultad de realizarla
delante de personas extrañas a nuestra relación habitual y sobre
un tema que conocemos poco y a veces nada. Lo esencial es tener ideas claras de
lo que se va a exponer o está exponiéndose. Cuando las ideas están claras en la
mente, la palabra, nacida del subconsciente, va directa a los labios: no falta
nunca.
Discurso ex-témpore
Se
trata en realidad de un procedimiento combinado, pues este tipo de discurso
está situado a mitad entre el discurso leído y el improvisado y se estructura y
prepara en todos sus detalles. Generalmente se escribe la totalidad del
discurso, pero el orador no confía las palabras a la memoria, sino que practica
el discurso en alta voz, siguiendo el plan trazado pero expresándose con ligeras
diferencias cada vez que lo pronuncia. En ocasiones, después de escrito el
discurso, se pueden recitar de memoria unas partes y leer otras, porque después
de todo también cabe intercalar un pasaje de memoria en un discurso
improvisado. Las charlas de clase pueden considerarse la mayor parte de las
veces como discursos de este tipo.
• PREPARACIÓN DEL DISCURSO
Tanto
si debe ser recitado de memoria, leído en manuscrito, improvisado o presentado
ex-témpore, el discurso seguirá un proceso de preparación, igual para todos los
casos, que comprenderá los siguientes aspectos:
- Elección del tema.
- Acopio de materiales.
- Construcción del guión.
- Práctica en alta voz.
1. Elección del tema
El
contenido del mensaje que se ha de comunicar a través del discurso puede no ser
en algún caso de la elección del orador, sino impuesto. Esto último no es sin
embargo normal, si se tiene en cuenta que un tema impuesto difícilmente será
bien expresado y transmitido. La elección del tema ha de estar en función,
básicamente, de la voluntad del emisor y de la necesidad y demanda del
receptor.
La delimitación del tema es también
importante, puesto que permite aumentar con hechos y anécdotas el interés del
auditorio, mediante una ilustración más adecuada del discurso. De todos modos,
antes de pasar a la fase del acopio de materiales, importa sobremanera lograr
una adecuación entre lo que se quiere decir y lo que se piensa y siente
respecto de lo que se dice, porque independientemente de que existan razones
éticas que lo aconsejen, esto otorgaría seguridad psicológica e intelectual al
orador.
2. Acopio de materiales
Para
comunicar a otros una idea o un conjunto de ellas hay que poseerlas y
dominarlas a plenitud. Todo no puede confiarse a las técnicas de expresión,
pues éstas por milagrosas que sean, no podrán suplir nunca a la ignorancia.
Este aspecto del proceso comunicativo oral, se descompone a su vez en las
siguientes fases:
a)
Acopio de materiales propiamente dicho. Es
preciso reunir todo lo que se crea útil para el tema que en su día se haya de
exponer. En la preparación de fichas cada cual debe seguir su propio sistema,
pero lo que importa es que éstas se titulen bien y que del texto resumido quede
constancia en la publicación de donde se han entresacado. Constituyen también
materiales muy útiles los recortes de periódicos o revistas especializadas, las
estadísticas, los ejemplos, las anécdotas, chistes y en general todo lo que
ayude a mantener viva la atención para el logro de una comunicación eficaz.
b)
Selección de materiales. Como no todo el
material reunido puede ser transmitido, es preciso seleccionarlo con criterio
riguroso para decir sólo lo más importante y que sea cabalmente entendido el
núcleo central del mensaje.
c)
Ordenamiento de materiales. Como no debe
procederse a la comunicación sin una organización previa que delimite, precise
y defina la estructura del mensaje, el ordenamiento de los materiales acopiados
y seleccionados es una fase que ha de seguirse también con todo rigor. Mediante
la fijación ordenada de las grandes partes del mensaje, cada una de ellas con
sus correspondientes subapartados, se establece gráficamente el andamiaje
estructural básico del mensaje; algo así como el esqueleto de la comunicación.
3. Construcción del guión
Esta
fase será única cuando el que ha de hablar tiene en su archivo abundantes datos
clasificados y ordenados, e ideas precisas sobre el tema y su naturaleza, de
modo que puede ahorrarse los restantes aspectos del proceso que se han señalado
antes. En todo caso, casi siempre hay que proceder a la construcción del guión
o plan-esquema, en el que estarán contenidas todas las ideas básicas del
mensaje que se va a transmitir. Para ello se procederá del siguiente modo:
a)
Fijar la idea central, esto es, el
objetivo claro, concreto y preciso del mensaje, lo que debe hacerse mediante un
enunciado muy breve. Ya se ha resuelto así el qué, es decir, la pregunta que se
hará el auditorio de esta manera: ¿qué es lo que el orador quiere decirnos?
b)
Resolver la manera como esa idea
ha de ser presentada a los oyentes para que sea entendida sin necesidad de un
esfuerzo especial y contando con una atención normal media. Para ello se podrán
usar, según el caso, criterios cronológicos, lógicos, tácticos o estratégicos.
c) Hacer descansar la idea central en
unos pocos puntos principales —tres o cuatro es lo ideal— para que la misma
pueda ser correctamente transmitida. Tanto para lograr un mayor énfasis como
para conseguir mayor claridad, deben elegirse muy cuidadosamente las palabras
necesarias para expresar los puntos principales. Los oradores de vasta
experiencia cuidan muy especialmente la redacción de estos puntos para que
resulten claros de entender y fáciles de recordar, haciendo que la expresión
verbal reúna los siguientes requisitos:
- Concisión. Una declaración larga y compleja puede resultar vaga e inducir a la confusión.
- Fuerza. Ha de tratarse que la exposición de esos puntos esté construida a base de palabras y frases que llamen la atención por su vivacidad.
- Relación de proximidad con el oyente. Ha de tratarse que las palabras elegidas lo sean en razón de su capacidad para referirse de modo directo a los intereses y ocupaciones de los oyentes.
- Paralelismo. Ha de procurarse que las palabras que expresen los puntos principales produzcan una impresión de coordinación, evitando los giros innecesarios que pasen de una frase en voz activa a otra en voz pasiva, o que entremezclen preguntas y afirmaciones.
d)
Como los puntos principales
—esqueleto del guión— necesitan un mayor desarrollo, esa función corresponde a
los puntos secundarios, que comprenden los ejemplos, estadísticas, citas,
anécdotas, etc. Lombardi los ha llamado la “carne del esqueleto”, porque tienen
como función principal ilustrar el mensaje, haciéndolo más atrayente y digerible.
4.
Práctica en alta voz
Una
vez completado el guión ha de practicarse el discurso en forma oral. Es
recomendable que el discurso se ensaye, aunque no hasta el punto de que pueda
perder sabor y vigor de novedad. Los pasos que deben darse en esta práctica son
los siguientes:
- Pronunciar el guión en voz alta, siguiendo la secuencia planeada de ideas, hasta haber aprendido por completo esta secuencia.
- Repasar mentalmente el discurso prescindiendo del guión, hasta asegurarnos de que todas las ideas han quedado fijas en la mente.
- Repetir el discurso en alta voz sin mirar el guión.
- Practicar hasta que todas las ideas se encadenen en el orden adecuado y las palabras broten con facilidad.
- Ensayar teniendo siempre presente una imagen mental del auditorio, ya que un buen orador habla con la gente y no a la gente.
Aunque
la atención de la audiencia deba mantenerse a todo lo largo del discurso, es
esencial que ésta se logre plenamente desde su mismo comienzo. No es éste sin
embargo el único objetivo de una buena introducción, pues ésta habrá de
proponerse además plantear el tema en forma clara y atractiva de modo que
inmediatamente después de comenzada la exposición, el auditorio sepa cuáles van
a ser las líneas generales del discurso y las intenciones del orador.
Comencemos
por lo que NO DEBE hacerse en la introducción del discurso:
• Preámbulos excesivamente largos, porque
el público quiere saber enseguida para qué ha sido convocado.
- · Comenzar con circunloquios embarazosos o excusas banales más o menos sinceras, que no sirven sino para perder el tiempo y en el fondo quieren ser sólo defensas anticipadas del orador por si las cosas le salen mal.
- · Iniciarlo con un cuento humorístico, porque pocos son capaces de narrar una anécdota con éxito y lo que con ello se consigue es desconcertar al auditorio.
- · Dedicar a los oyentes, cumplidos excesivamente efusivos y claramente fingidos, porque se corre el riesgo de que éstos descubran la falta de autenticidad en el orador y reaccionen en forma desfavorable ante unos sentimientos que carecen de sinceridad.
He aquí algunas reglas de lo que DEBE
hacerse en la introducción de un discurso, entendiéndose que no han de usarse
todas en su conjunto, sino emplearse indistintamente como si se tratara de
métodos diversos para el inicio:
- Referirse al tema o a la ocasión. Puede usarse a veces una introducción directa, pero sólo cuando el auditorio sienta ya un interés vital sobre el tema que se va a exponer. Sin embargo, a un oyente apático puede sonarle como algo falto de interés. En todo caso, la referencia deberá ser breve, explícita y práctica.
- Referirse a la propia persona. Siempre que esta referencia refleje modestia y sinceridad, podrá lograr el favor del público y captar su atención.
- Formular una interrogante. El uso de este recurso puede ser uno de los métodos más seguros y sencillos para abrir la mente de los oyentes y penetrar en ella.
- Enunciar un aserto audaz o sorprendente. Este método, que alguien ha llamado “shock técnico”, consiste en despertar el interés del auditorio sorprendiéndolo con un enunciado aventurado acerca de determinados hechos u opiniones. Es especialmente útil en los casos de oyentes apáticos.
- Emplear una cita. Si se tiene buen cuidado de hacer una buena selección de esta, puede constituir un método excelente para presentar un discurso.
• LA
CONCLUSIÓN
La
conclusión es realmente el punto más estratégico de un discurso. De ahí que
deba cuidarse su forma recurriendo, si fuere necesario, a la memoria como
soporte principal. Lo que se diga al final, las últimas palabras que queden
sonando en los oídos del auditorio, serán las que se recuerden por más largo
tiempo y aquellas cuyo acertado o desacertado contenido puede hacer incluso
olvidar los aciertos o tropiezos habidos en el transcurso de la exposición. Por
lo tanto, al final ha de enfocarse la idea central que se ha desarrollado a
través de toda la exhortación.
Es recomendable que la conclusión contenga
los siguientes aspectos:
- El recuerdo o breve exposición de las diversas etapas recorridas.
- Reformular el punto de vista del orador y valorar los méritos de la solución que se ha propugnado.
- Si la naturaleza del tema lo aconsejare, concluir con un reto o una exhortación a actuar.
- Usar como broche final una frase vigorosa, una fórmula valiente, una cita elocuente y hasta una pregunta o el planteo de un problema, si el orador no tiene una respuesta y quiere que el mismo auditorio piense en la solución.
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