LA EXPRESIÓN ORAL



• EL LENGUAJE DEL CUERPO
 
Nos comunicamos con nuestros oyentes por medio de palabras y, como hemos afirmado en el capítulo anterior, también de lo que evocan sus entonaciones, ritmos e intensidades, pero además con ese elocuente lenguaje mudo que es la expresión corporal.
El cuerpo, con sus movimientos o con la ausencia de ellos, interviene decisivamente en la comunicación oral, de tal manera que no es fácil concebir una comunicación a través de la palabra hablada en la que no entre en juego todo el ser del que la pronuncia.

En la vida cotidiana, una persona puede, sin hablarnos, comunicarnos una impresión de simpatía, de hostilidad, de desdén o de indiferencia, por sólo el movimiento de sus hombros, de sus manos o de sus cejas. Con razón ha dicho Henri Bergson: “En todo orador el gesto rivaliza con la palabra. Celoso de la palabra el gesto corre detrás del pensamiento y procura, él también, servir de intérprete”.

Permanecer inmóvil, conservar un rostro impenetrable mientras se habla, es dar lugar a la monotonía; acaso suscitar la impresión de que somos orgullosos o estamos distantes del público; y todo ello es privarse de un precioso medio de actuación sobre el auditorio.

Cuando se habla ante un micrófono, se actúa de un modo rígido, casi sin libertad de movimientos, puesto que el emisor no puede separarse del aparato que la expande, so pena de que su voz quede ahogada. Pero normalmente los oyentes ven al orador a la vez que lo están escuchando, por lo que la conducta física de éste cuando se encuentra en la tribuna o el estrado, es de suma importancia. El valor del aspecto físico y de la actividad corporal es pues, manifiesto. El auditorio aprecia el significado de la expresión facial del orador, del modo en que se sitúa o se desplaza, del gesto de la cabeza, los brazos, los hombros y las manos. La ligera contracción de un hombro o el movimiento expresivo de una mano son a veces más reveladores que un centenar de palabras. Por otra parte, puesto que al orador se le ve antes de que se le oiga, es esta primera impresión visual la que produce en el auditorio una reacción estimativa de la sinceridad, la cordialidad y la energía de las palabras que le dirigen.


PRESENTACIÓN DEL EMISOR
 
Se ha dicho que el público es como el mar, porque no puede conocerse de antemano su comportamiento: Su aproximación al mismo presenta incógnitas indescifrables que ponen en el corazón cierta angustia o excitación, según el temperamento de cada uno. Pero, ¿está bien lanzarse ante el público como en los brazos de una bella desconocida, o como un piloto tan seguro de sí o de su estrella que ni siquiera consulte los mapas? Importa saber antes a qué clase de auditorio se va a hablar, su número aproximado, su nivel medio de cultura y en general cuanto permita conocer sus preocupaciones, inquietudes y tendencias dentro del marco de la comunicación que se le va a transmitir.

Uno de los componentes esenciales del arte de la palabra es la presencia, que se manifiesta generalmente por la atención que el público presta al orador. Es un requisito previo cuidar la apariencia física, ajustándola al auditorio, a la ocasión y aun a la naturaleza del mensaje que se pretende comunicar.

Es esencial que cuando el orador se encare con su auditorio trate de crear en los miembros del mismo la impresión de que se dirige personalmente a cada uno de ellos. Esto es muy importante porque el oyente tiende a rechazar al orador que parece ignorar su identidad como individuo; en cambio, sabe valorar un ambiente de relación personal próxima, como el que existe en un coloquio informal.

En la imposibilidad de mirar a cada uno de los miembros del auditorio al mismo tiempo, el orador debe comportarse como en una conversación amistosa, es decir, eligiendo a una persona a la que se habla directamente durante unos segundos, mirándola rectamente a los ojos durante ese tiempo, y luego trasladando la mirada a otra. Esta regla se ha resumido del siguiente modo: “Manifiéstese buscándole los ojos al público. Fíjese sucesivamente en este, en el Otro, en aquel individuo. Olvídese de las paredes y del techo”.


• POSICIÓN
 
No hay regla universal que nos diga cómo se debe permanecer mientras se pronuncia un discurso, pero sí pueden señalar- se algunas prácticas viciosas que deben desterrarse. Por ejemplo, no es una buena norma dar la impresión de que nos amparamos detrás de la mesa, sino que en ciertos momentos es conveniente permanecer a un lado de la misma y mover- se unos pasos para acentuar el énfasis de las palabras. Evitemos que todo el peso del cuerpo descanse sobre los talones. Cuando se habla de pie causa mala impresión que el orador se empine de puntillas y descienda otra vez, produciendo un movimiento de sube y baja, o balanceándose de derecha a izquierda, apoyando el peso en cada uno de los pies alternativamente.
Algunos oradores jugarán repetidamente con el mismo botón de su chaqueta, o se frotarán continuamente las manos con un jabón invisible, o enlazarán y desenlazarán sus dedos, o no sabrán qué hacer con sus manos, o preferirán hablar con astas en los bolsillos. Podemos concluir que si se habla sentado, debe adoptarse una posición cómoda pero lo suficientemente correcta para no acusar una falta de educación; si se hace de pie el orador debe mantenerse erguido pero no hasta el punto de aparentar la rigidez de una estatua, con lo cual podrá causar la impresión de que está alerta y a la expectativa, mostrando siempre la seguridad de quien con- trola la situación y se controla a sí mismo.

Que se hable en una u otra posición —sentado o de pie— dependerá de la naturaleza del mensaje que se trata de transmitir o de la clase de comunicación que se pretende establecer.

Se hablará sentado cuando se trate de una mesa redonda, una reunión de staff, una sesión de trabajo o conferencia de prensa. A veces quien habla se levanta, pero permaneciendo en su sitio. Si decide hablar sentado puede atenuar los efectos de la inmovilidad de la siguiente manera:
  1. Mantener derecho el busto, pero sin tiesura forzada.
  2. Dejar un espacio de unos veinte centímetros entre el abdomen y la mesa, e igual espacio entre la espalda y el respaldo de su asiento.
  3. Aprovechar dichos espacios para avanzar el cuerpo y producir efectos de acercamiento, confidencia o expresión de algún asunto importante; en otros casos retrocediendo el cuerpo sugiriendo espera, despegue, mirada de conjunto.
  4. Evitar bajo la mesa el cruce y descruce continuado de las piernas y cuantos tics puedan distraer al auditorio o provocar su hilaridad.


   Para hablar de pie con el máximo de libertad y eficacia pueden seguirse algunas reglas de carácter general, como las siguientes:

  1. Acercarse al estrado o tribuna con andar natural, desembarazado, evitando el paso entrecortado, el aire constreñido, la marcha nerviosa, la cabeza arrogante.
  2. Durante la presentación no mirar al suelo fingiendo modestia, sino mirar sencillamente tanto a los asistentes como al presentador.
  3. Una vez colocado en su sitio, no empezar enseguida el discurso o conferencia, sino tomarse unos momentos para organizar las ideas y mirar a los oyentes. Treinta segundos son suficientes.
  4. Mantenerse recto pero sin rigidez, con los pies separados unos 30 centímetros, uno de ellos soportando la mayor parte del peso del cuerpo y el otro un poco avanzado.
  5. Siguiendo la regla anterior las piernas permanecerán flexibles, cuando, a intervalos, se cambie el peso del cuerpo al Otro pie; habrá además facilidad para que el orador se desplace dando algún paso hacia adelante o de lado.
  6. Para subrayar un punto importante —suponiendo que se hable desde un estrado o un escenario, y no desde tribuna— será un buen efecto avanzar algunos pasos. Retrocederlos puede significar que se van a cosas en su conjunto.
  7. Fijar los ojos en el suelo, por breve tiempo y mediante una pausa, puede sugerir que el tema merece honda reflexión antes de volver a hacer uso de la palabra.
  8. Al finalizar el discurso o conferencia, no apresurarse a abandonar la sala, sino que, tras una pausa final, lo bastante larga para que los oyentes puedan asimilar el significado de las últimas frases, salir con paso firme y mesurado.


• GESTOS
 
Los gestos —complementos de la palabra y en contadas ocasiones sustitutos de ella— son los movimientos “a propósito” realizados por alguna parte del cuerpo, ya sea la cabeza, los hombros, los brazos o las manos, para reforzar o demostrar lo que decimos. Si la palabra ha de ser dicha con naturalidad y espontaneidad, el gesto es necesaria e involuntariamente espontáneo, sin sujeción a normas objetivizables. Dar normas sobre el gesto equivaldría a propugnar la afectación, que podrá estar justificada en el actor de teatro, pero nunca en el que quiera expresarse con naturalidad.
El gesto está animado sobre todo por et mundo afectivo del que habla y es su mejor expresión, El gesto puede llegar a donde la palabra no llega y puede expresar con fidelidad estados de ánimo que la palabra a veces no puede reflejar.

El ademán nace siempre de un impulso interior, representa la respuesta natural a este deseo de movimiento, y supone una ayuda que refuerza las ideas que se pretendía comunicar. Por eso el orador no puede establecer por adelantado si en un momento dado del discurso va a señalar con un índice un lugar determinado, ni si unos minutos más tarde va a crispar sus manos en ademán belicoso. En una palabra, los gestos para ser eficaces, tienen que proceder espontáneamente de un estado de ánimo de ansiedad, entusiasmo o emoción.

Por otra parte los gestos, además su utilidad para reforzar y clarificar ideas, son muy valiosos también en cuanto ayudan a mantener la atención de oyentes. Del mismo modo en que nos más en un orador que se desplaza de uno a otro punto, que en otro que mantiene fijo en el mismo lugar, también escucharemos con mayor atención al orador que efectúa los ademanes apropiados. A menos que pueda compensar suplir de alguna manera la falta de gestos, el orador no conseguirá, si no los más que una respuesta apática de oyentes.

Gestos y mímicas eficaces

Algunos criterios, como los siguientes, nos podrán servir para determinar el grado de su eficacia:
  
Sinceridad. Concordancia entre lo se siente y lo que se revela a través gesto o la mímica.

Sincronismo. Cuando las palabras expresen duda será el momento preciso en que deba aparecer un rictus dubitativo en el rostro del emisor.

Exactitud. No bastará solamente apuntar un gesto ni abandonarlo después de haberlo comenzado.

Diversidad. Decían los antiguos que “las cosas dos veces repetidas agradan”.  Sin embargo, más de dos veces pueden desagradar. Pero si hay que hacerlo, se deben usar gestos variados y espaciarlos suficientemente, porque la repetición frecuente de un gesto, acaba por importunar.

Sencillez. Preséntese uno tal cual es, sin ademanes afectados, ni gestos preciosistas, ni mímicas demasiado estudiadas. Evítense a toda costa las falsas sonrisas, los ojos deliberadamente entornados, los movimientos pedantescos o las admiraciones suspiradas, que se apartan de la naturalidad.


Gestos y gesticulación

La ausencia de normas concretas que regulen de un modo adecuado los gestos, se debe a la imposibilidad de una normativa, que si existiera atentaría contra la espontaneidad y la naturalidad que son uno de los atractivos y también exigencias de una correcta expresión hablada. El gesto es una expresión personalísima —no nos cansaremos de repetirlo—, un desahogo en cierto modo íntimo y cada uno usa el que se adecúa a su peculiar modo de ser.

El mejor es el que acierta a exteriorizar con el cuerpo o con algún miembro del cuerpo, sobre todo brazos y manos, lo que desea expresar el que está hablando y cuando no puede expresarlo con sólo la ayuda de la palabra, porque si ésta bastase el gesto sobraría. Otra cosa sería la gesticulación, que es un movimiento anárquico e incontrolado del propio cuerpo, un movimiento artificioso e inexpresivo (por exceso o defecto) o que no expresa lo que pretende el que lo realiza.

Empleo de las manos y brazos.

Los gestos de la mano, que embarazan a tantos neófitos —y a buen número de los que no lo son— se hacen casi siempre — acompañados del brazo. Las manos, insistimos, constituyen un pequeño problema, sobre todo para los que no están acostumbrados a pronunciarse en público. Al principio de la disertación o discurso no se sabe qué hacer con ellas y es como si constituyeran un verdadero estorbo. A medida que se avanza, si el que habla va sintiendo cuanto dice y lo hace con emoción, necesita acompañar sus palabras con el gesto de las manos y de los brazos.

Algunas reglas para su empleo adecuado
  1. En los primeros momentos debe tener de algún modo ocupadas las manos, bien sea discretamente sujetas a la mesa, tribuna, atril o barra del micrófono; o sujetando unas cuartillas, siempre que ello no provoque movimientos anárquicos que denoten el nerviosismo del que habla.
  2. Si el tema no requiere que sea expuesto de modo expresivo, su postura correcta será mantener las manos quietas.
  3. Debe evitarse poner una mano en el bolsillo, pero es a todas luces incorrecto poner las dos.
  4. En estos gestos, como en los demás, ha de actuarse con naturalidad, pero sin excesiva familiaridad.



Gestos convencionales

Son aquellos movimientos básicos de las manos y brazos que, gracias a la rutina de la costumbre, han llegado a constituir una especie de lenguaje por signos de carácter universal.

  1. Señalar, indicar. Cuando el orador quiere llamar la atención sobre una idea u objeto, apunta hacia él con el índice de la mano derecha, o de la izquierda.
  2. Dar o recibir. Tanto para una acción como para la otra, el orador extiende la mano con la palma hacia arriba. Se usa con frecuencia este mismo gesto cuando el emisor quiere presentar una idea nueva, o cuando pide ayuda al auditorio para la idea que expone.
  3. Rehusar, rechazar. Con un movimiento oscilante de la mano con la palma hacia el público, se expresa generalmente la desaprobación de una idea.
  4. Apretados los puños. Expresa la intensidad de un sentimiento, como ira o firme determinación.
  5. Precaución. De la misma manera que cuando quiere calmarse la excitación de una persona, se apoya la mano en su hombro o se palmotea suavemente su espalda, el orador emplea un movimiento parecido de la mano, como si se apoyara en una espalda imaginaria, para advertir a los oyentes del peligro que encierra perder la ecuanimidad.  
  6. División. Cuando se pretende indicar la separación neta y clara de los hechos o las ideas en varios grupos, el orador se sirve del gesto de acercar y separar las palmas de las manos ante sí, manteniéndolas paralelas.

Gestos descriptivos

Se trata de movimientos de las manos y brazos, menos tradicionales y más individualizados, con los cuales se pretende describir o imitar directamente la idea o concepto que se quiere comunicar. Algunos ejemplos nos servirán para ilustrar este tópico.

  1. Con el movimiento de la mano y el brazo, el orador puede ofrecer una idea del tamaño, la forma y hasta el funcionamiento de un aparato.
  2. Blandiendo el brazo al aire puede mostrarse el vigor con que fue hecha una agresión mediante los puños.
  3. La baja estatura de una persona, manteniendo la mano paralela al suelo a la altura que alcanzaría la cabeza de la misma.
  4. La velocidad de un automóvil, por medio del rápido movimiento del brazo por delante de la cara de los interlocutores.
  5. Los detalles de un movimiento complicado, con la repetición del mismo movimiento.


Movimiento de la cabeza y los hombros

El gesto de encogerse de hombros y negar o asentir con la cabeza tiene, en el arte de dirigirse al público, el mismo significado que se le atribuye en una conversación ordinaria. Se usa también para clarificar una idea o para dar mayor énfasis a la expresión.

Estas actividades del cuerpo tampoco pueden planearse o ejecutarse de modo totalmente consciente o controlado. Para que no parezcan artificiales y forzadas han de nacer del deseo interior de lograr una comunicación más eficaz. De otro modo, causarán un perjuicio en lugar de mejorar el mensaje del orador.


Los gestos faciales

Los psicólogos han venido interesándose, desde hace mucho, en el estudio de la importancia de la expresión del rostro para la comunicación de ideas y sentimientos. Sin embargo, por propia experiencia personal podemos afirmar que todas estas expresiones hablan, a menudo, con una mayor elocuencia que las palabras.
La expresión facial, igual que los demás gestos, ha de ser siempre natural y espontánea, de modo que pueda revelar una convicción sincera y un sentimiento profundo.

En ocasiones, el orador, para hacer más vívida una anécdota o una historia, se sirve del recurso de hablar y actuar como si se tratara de la persona a quien se está refiriendo. En este proceso de imitación, es posible que combine gestos y expresiones faciales para personificar el objeto de su narración. Es aconsejable sin embargo, que se haga un uso prudente de este recurso, ya que una representación dramática en exceso, puede ir en perjuicio de la idea que se trata de comunicar.

Revisemos  el documental que se propone 




Publicado el 2 oct. 2014
Documental Completo - Los secretos del lenguaje corporal en español. The History Channel

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