ESTILÍSTICA ORAL



EL ESTILO, CONCEPTO Y DEFINICIÓN
 
Se han ofrecido numerosas definiciones del estilo. Para unos —Albalat— “estilo es la manera propia que cada uno tiene para expresar su pensamiento por medio de la escritura o de la palabra”. Para otros “es la manera que cada uno tenemos de crear expresiones para comunicar nuestro pensamiento”. No falta quienes lo hayan sintetizado afirmando, como Chesterfiel, que “el estilo es el ropaje del pensamiento”, o como Flaubert, para quien “el estilo es la vida, la sangre misma del pensamiento”.

    El propio Albalat resume todos los criterios que se han expuesto, del siguiente modo: “El estilo es el esfuerzo por medio del cual la inteligencia y la imaginación encuentran los matices, las relaciones de las expresiones y de las imágenes, en las ideas y en las palabras o en las relaciones entre unas y otras”.[i]




[i] Vivaldi, G. M. (2000). Curso de redacción: teoría y práctica de la composición y del estilo. Editorial Paraninfo.




CUALIDADES DEL ESTILO ORAL
 
Las cualidades primordiales del estilo oral —válidas también para el escrito—son las siguientes: 
  1. claridad; 
  2. concisión; 
  3. coherencia; 
  4. sencillez y 
  5. naturalidad.


La observancia de estas cualidades es esencial porque para que el mensaje sea seguido y aprobado por los destinatarios de la comunicación, tiene que ser inmediatamente comprendido, toda vez que al oyente no le es permitido hacer lo que un lector que no ha entendido de primera intención, es decir, volver sobre el mismo texto cuantas veces lo estime necesario.


CLARIDAD
 
En términos generales claridad significa expresión al alcance de un hombre de cultura media, pero quiere decir además, pensamiento diáfano, conceptos bien digeridos, exposición limpia, es decir, con sintaxis correcta y vocabulario o léxico al alcance de la mayoría. Dicho de otro modo: un estilo es claro cuando el pensamiento del que emite el mensaje penetra sin esfuerzo en la mente del receptor.

Cuando se habla sobre un tema que no es familiar, existe la tendencia a creer que las palabras de que nos servimos son comprendidas por todos. Si bien esto es cierto cuando nos dirigimos a un auditorio especializado, disertando sobre un tema de su propia especialidad, esta realidad no es aplicable a otros muchos casos, porque los vocablos técnicos y científicos poseen un sentido preciso y limitado. En este caso, si fuere necesario utilizar con el máximo rigor un vocabulario adecuado a la receptividad del oyente (cibernética, aperturismo, parapsicología), debe comenzarse por explicar o definir dichos conceptos, si el nivel de cultura general del auditorio lo exige.

Han de evitarse las cacofonías, confusiones y anfibologías, empleando las veces posibles las frases complejas porque se corre el riesgo de que el oyente se vea arrastrado a la necesidad de unir el comienzo con el fin, distrayéndose en definitiva la atención como resultado de este esfuerzo.


COHERENCIA


Es recomendable también, desde el punto de vista oral, no desplazar inconsideradamente una pausa lógica, porque ello induce a error.
 Debe tenerse en cuenta además, que una mayor intensidad de la voz, siempre que ello se produzca dentro de límites razonables, sirve a la claridad.


CONCISIÓN
 
La concisión resulta de utilizar sólo palabras indispensables, justas y significativas para expresar lo que se quiere decir. No debe entenderse, sin embargo, que estilo conciso sea sinónimo de estilo lacónico y utracondensado, sino que la concisión es enemiga de la verborrea, de la redundancia, del titubeo expresivo, porque todo esto obstruye los canales de la comunicación y el mensaje no llega adecuadamente —en ocasiones ni siquiera llega— al receptor o destinatario. Ni tampoco significa la concisión, como afirma Vivaldi, “que sea preciso cortar las alas a la fantasía ni a la imaginación, renunciando al color o a la magia de las palabras”. Y concluye: “No; cuando la fantasía pide vuelo hay que dejarla elevarse, pero no se confunda el vuelo majestuoso y sereno del águila con el revoloteo del murciélago”.

No hay que expresar sino lo que tiene un valor real de comunicación, eliminándose todo lo que sea banal y vulgar, todo lo que pueda desagradar a  un público por poco exigente que éste sea. Es absurdo abusar de la atención de un auditorio durante una hora, cuando el tema puede desarrollarse y agotarse en treinta minutos.

Para lograr la concisión a que aludimos, se deben observar las siguientes reglas
  1. Evitar a toda costa los lugares comunes. Nunca diremos: “porque una cosa es la libertad y otra el libertinaje”.
  2. Huir de los clichés, es decir, eliminar las frases hechas que si en algún momento gozaron de cierto valor y frescura, a fuerza de repetirse, se han “gastado” y ya no significan nada. Por ejemplo: “Hay que llevar la nave del Estado a puerto seguro...”.
  3. Debemos cuidarnos mucho de las amplificaciones, tanto si son reiterativas como si pretenden que una frase alcance mayor radio de amplitud. “Quedó sorprendido, paralizado, atónito, estupefacto...”, “logró la ayuda espontánea de sus coterráneos, la adhesión incondicional de sus congéneres, la cooperación vehemente de cuantos le escucharon”

Cuando se habla para un público, cuando se comunica oralmente, el orden en el correr de las ideas ha de ser tal, que el oyente no se vea precisado a coordinarlas en su cerebro.

Las relaciones entre las ideas expuestas deben ser lógicas, y las contradicciones, evitadas. Si se anuncian paralelismos o antítesis, es necesario que seguidamente se presenten verdaderos paralelismos y verdaderas antítesis.

Cuando el emisor, orador o conferenciante esté expresando puntos de vista personales en la sustentación de una tesis, debe prevenir a quienes les escuchan, si va a exponer seguidamente el punto de vista de otra persona, porque de lo contrario, inducirá a error y perturbará a su auditorio.

Otra regla que guarda estrecha relación con la coherencia, es la de ajustar el vocabulario al nivel que se presume en los oyentes, porque de lo contrario estaríamos desatendiendo también el requisito de la claridad en la exposición, al que nos hemos referido precedentemente.

·    SENCILLEZ
 
La sencillez es otra condición o cualidad necesaria del buen estilo en la comunicación oral, que se refiere tanto a la composición de lo que hablamos, como a las palabras que empleamos. Sencillez es para Vivaldi, huir de lo enrevesado, de lo artificioso, de lo complicado, de lo “barroco”, en suma.

Ser sencillo no es, sin embargo, tan fácil como pudiera creerse, porque cuando nos situamos frente, a un público, que está pendiente de nuestras palabras, un sentimiento innato de vanidad o impulso hasta natural de egolatría, nos lleva a tratar de distinguimos de los demás.

·    NATURALIDAD
 
Un orador será natural cuando se sirve de su propio vocabulario, de su habitual modo expresivo. Hablar naturalmente es procurar que las palabras y las frases sean las propias, esto es, las que el tema exige, huyendo siempre de la afectación y del rebuscamiento.

La naturalidad sin embargo, no exime de la elegancia, antes bien, la requiere para no caer en la plebeyez. El orador podrá alcanzar las más altas cimas de la belleza, si sabe y puede conjugar lo natural con lo preciso, procurando siempre aunar la sencillez y la exactitud.[i]




[i] Vivaldi, G. M. (2000). Curso de redacción: teoría y práctica de la composición y del estilo. Editorial Paraninfo.



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