• EL RECEPTOR COMO
PROTAGONISTA
El
receptor o receptores del mensaje que el emisor intenta transmitir, es tan
protagonista como éste del proceso de comunicación, y ha de ser tenido muy en
cuenta para que ésta realmente se produzca. Esto es así porque tanto el emisor
y su mensaje como el oyente, integran y completan el proceso comunicativo.
El
escuchar el sonido de la propia voz puede ser una sensación placentera y que
ayude al orador a confirmar su identidad, pero no hay que confundir esto con el
otro objetivo completamente distinto, que es el de comunicar a otras personas
ideas y sentimientos. Muchos oradores se olvidan de este hecho fundamental y,
absorto en sus propios intereses y sugestionado por ideas que les parecen tan
importantes, olvidan que se están comunicando con personas cuyos intereses y
actitudes pueden resultar completamente distintos a las suyas.
Entre
el que habla y el que escucha ha de establecerse un hilo conductor —la palabra—
que permita el intercambio de ideas y sentimientos. Todo esfuerzo del que
habla, superior en principio al esfuerzo y a la responsabilidad del que
escucha, debe orientarse a que se consiga esta comunicación, y para ello ha de
tener presente, a todas horas, la situación anímica, nivel moral y cultural,
edad, aficiones, capacidad intelectual, receptividad, etc., del que está
escuchando, porque de lo contrario no hay comunicación.
• IMPORTANCIA DEL AUDITORIO
Cada
día debe concederse más importancia al auditorio. Una bella exposición, un
discurso perfectamente elaborado y concebido, una reunión preparada con sumo
esmero, pueden fracasar, sencillamente porque al prepararse no se haya pensado
suficientemente en el destinatario del mensaje que se pretende comunicar, en
sus características mentales y en sus circunstancias.
No
puede olvidarse, que un auditorio es un pequeño universo formado por
individuos, cada uno con sus preocupaciones, sus opiniones y su historia. Es
forzoso lograr que por una doble corriente, ese universo y el orador se
comuniquen, y esto se realizará adaptando la disertación, charla, conferencia o
discurso a los oyentes, y éstos a ella.
• ANÁLISIS DEL AUDITORIO
Lo
primero que debe hacer un emisor antes de enfrentarse a sus receptores, es
preguntarse ¿cómo se sentirá él mismo en ese momento, respecto del mensaje que
va a emitir, si ocupa un lugar entre los oyentes? Para contestar a esta
pregunta con exactitud, se requiere un análisis completo del auditorio, ya que
es evidente que un argumento que podría convencer a unas personas, dejará
indiferentes a otras, y que a un auditorio podría interesarle en cambio lo que
para otro carece de todo interés.
Lo
ideal sería que el que dirige la palabra a un grupo de personas pudiera conocer
de todas ellas lo máximo que pudiera saberse, sin violentar la intimidad de
nadie y sin faltar a la discreción y al buen gusto. Tratándose de pequeños
grupos es relativamente fácil hacerse con una información bastante aproximada
de las características singulares de todos o de casi todos los componentes. Si
uno es invitado a hablar ante un grupo o incluso ante un público numeroso,
puede obtener una información directa de aquellos mismos que le invitan.
De
todos modos, el análisis sobre el auditorio puede llevarse a cabo, bien con la
información directa que tomemos a la audiencia, lo que generalmente es
imposible, bien a través de la información que acerca de la misma lograremos de
otras personas. Cuando ninguno de estos m& todos resulte viable, podemos
deducirlas actitudes y creencias de los oyentes de los datos que podamos reunir
acerca de los siguientes extremos:
1.
Composición social del auditorio.
2. Otras circunstancias que influyen en la información
del auditorio.
• COMPOSICIÓN SOCIAL DEL AUDITORIO
Para
analizar la constitución social de un auditorio, deben tenerse en cuenta los
factores siguientes:
- 1. Número. Podrá tratarse de un número reducido de composición homogénea, o de una masa numerosa sin nexos entre sí.
- 2. Edad. Es un índice muy importante para determinar los intereses de quien escuchan. Acontecimientos históricos que requerirán largas explicaciones a una audiencia juvenil, necesitarían sólo ligeras referencias a una edad madura, que recordará los hechos por haberlos vivido.
- 3. Sexo. Hay auditorios enteramente masculinos o femeninos y en muchas ocasiones mixtos con reacciones diferentes, aun cuando en muchos casos pueden coincidir los intereses del hombre y la mujer.
- 4. Vocación e intereses profesionales. La vocación puede sugerir al emisor los intereses y el grado de conocimientos de las personas, para adecuar la forma de su mensaje a estas circunstancias.
- 5. Nivel educativo. Debe tenerse siempre presente la educación, tanto la escolar como la derivada de experiencias, porque a ella habrá de ajustarse el tono y la altura de la emisión.
- 6. Pertenencia a asociaciones profesionales, políticas o religiosas. La organización a que pertenecen sugiere, por lo menos en líneas generales, la clase de personas de que se trata, así como sus inclinaciones e intereses especiales.
• OTRAS
CIRCUNSTANCIAS QUE INFLUYEN EN LA FORMACIÓN
DEL AUDITORIO
Además
de las señaladas, es importante que antes de iniciar la comunicación y de ser
posible, se dé respuesta a las preguntas
contenidas en los epígrafes que siguen, las cuales atañen tanto al auditorio
como a las circunstancias:
1.
Qué actitudes pueden esperarse del auditorio ante el tema que es objeto
de la comunicación. El conocimiento de los intereses
del auditorio constituye el mejor antídoto contra el peligro vinculado a la
unilateralidad de la comunicación, que se realiza mediante conferencias,
disertaciones o discursos. Cuando el emisor conoce cuáles son las creencias y
actitudes prefijadas que forman las bases del pensamiento y la conducta de los
oyentes, pueden expresarse sus pensamientos en forma más convincente, y por lo
tanto cabe esperar de éstos mayor receptividad y más fácil aceptación,
evitándose las reacciones hostiles que pudieran surgir en caso contrario.
2. Qué
conocimientos posee el auditorio acerca del tema. Saber de antemano hasta donde llega el
conocimiento de los oyentes acerca del tema que será objeto de la comunicación
y conocer su capacidad para evaluarlo y discernirlo, permitirá al emisor subir
o bajar el “diapasón”, para ajustarlo a las aptitudes intelectuales de los
receptores, impidiendo de ese modo la unilateralidad de la comunicación.
3. Qué concepto tienen los receptores del
emisor. Desde los tiempos de la antigua Grecia, los técnicos reconocen que
la capacidad de un auditorio para dejarse persuadir, está íntimamente
relacionada con la opinión que les merezca la honradez y la solvencia moral de
la persona que les habla.
4. Qué
oportunidades de participación tienen los oyentes. Este conocimiento es
importante, porque el emisor debe prepararse mejor y organizar sus
planteamientos en forma más exhaustiva, si la audiencia tiene la ocasión de
interrogarle, pedirle aclaraciones y hasta polemizar en torno al tema que se
haya abordado.
5.
Condiciones físicas del lugar en que se producirá la emisión. Conviene tener una idea previa del salón en que se va a hablar (si se
trata de un local cerrado), no sólo desde el punto acústico, sino para saber si
sé trata de un lugar modesto o de una sala elegante. Esto tiene relieve porque
es difícil hablar familiarmente en un lugar lujoso, mientras que sí es dable
hacerlo en una pequeña y sencilla sala llena.
ADECUACIÓN AL TEMA Y AL
AUDITORIO
Aun cuando se haya
tenido éxito en pronunciar un discurso u ofrecer una conferencia, porque el
mensaje haya sido eficaz para un tema o un auditorio determinado, no debe
generalizarse y pensar que este método es el adecuado para cualquier tema y
toda circunstancia.
El orador o
disertante debe ajustar su comportamiento, adaptándolo a las particularidades
del auditorio, a la naturaleza de las ideas que pretende exponer y al ambiente
u ocasión en que se va a pronunciar su discurso o conferencia.
Sintonizar con el
público es un objetivo obligado y a veces difícil, que debe imponerse a sí
mismo quien aspire a comunicar eficazmente sus ideas, sus planes o sus
sentimientos. Es mucho más fácil decir las cosas tal y como a uno le gustaría,
pero esto es un error cuyo precio es el ¿le no ser escuchados. El esfuerzo del
emisor ha de orientarse a hacerse entender y no caer en la cómoda tentación de
buscar el lucimiento personal, imposible por otra parte si el auditorio se
niega a escuchar. El empeño ha de consistir en la adaptación a la circunstancia
concreta y huir de escucharse a sí mismo, porque como alguien dijera “es mejor
bajar la puntería y ser entendido, que subirla y ser admirado”.
Me gusta la investigacion
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